Oir la palabra “tecnología” nos sitúa inevitablemente a las puertas de la ciencia, el liderazgo industrial y los retos sociales. Pero, en la sociedad en la que vivimos, ¿invertimos o gastamos en tecnología?
Lamentablemente la implantación de soluciones informáticas en los negocios se sigue considerando un gasto y su amortización no se incluye al valorar los resultados positivos de un ejercicio.
Porque no sólo se trata de gastos de hardware y software, sino que además se deben incluir en el presupuesto la capacitación de los empleados y el apoyo técnico cualificado.
Lamentablemente muchas veces nos quedamos anclados en el tiempo, manteniendo como válidos los sistemas predigitales con los que trabajamos y a los que estamos acostumbrados. Pensar en un cambio o en una adaptación a los nuevos modelos de negocio que se imponen es un gasto para las Pymes y, además, titánico.
Esta inquietante resistencia al cambio, por tanto, exige una actuación coordinada entre administraciones públicas, organizaciones sectoriales y la empresa privada para el aprovechamiento de las palancas digitales si se quiere subsistir hoy en día.
Invertimos en infraestructuras y empleados pero… ¿gastamos en software?
La resistencia de la PYME a modernizarse tiene que ver con el temor a meterse con algo desconocido, con algo que no va a entender, o con algo con lo que puede ser engañada.
Subsistir en un universo de "grandes" es una labor tremenda como pequeña empresa. Quizá no podamos competir en precios, pero sí podemos hacerlo en otras cosas ayudados por la tecnología.
La transformación digital de la empresa pasa por reinventar sus procesos por completo. La digitalización de los departamentos implica necesariamente la preparación de las personas para dotarles de una competencia y capacidad digital para afrontar las nuevas formas de comunicación y de relación con el cliente. En definitiva, pasa por adoptar una nueva mentalidad empresarial.
Un cambio de mentalidad
Los nuevos escenarios ya no contemplan el utilizar únicamente un equipo informático o sólo en el trabajo. La telefonía móvil y el desarrollo de todo tipo de tecnologías han sentado unas bases que evolucionan en materia de comunicación y de relaciones.
Supongamos, por ejemplo, una oficina a finales de los 90. La incorporación de los ordenadores y sus procesadores de texto, hojas de cálculo etc como herramientas de trabajo produjo para muchos algún que otro dolor de cabeza.
Abandonar la máquina de escribir o los grandes archivadores de papel e integrar el correo electrónico en muchas rutinas obligó a un cambio de mentalidad para ejecutar las mismas tareas.
La implantación del software se asumió como un gasto adicional (no como una inversión) para aumentar la productividad y mejorar la gestión debido a las posibilidades que proporcionaba. Cambiamos nuestra forma de trabajar, pero la cultura tecnológica no se instauró entonces y lo arrastramos y mantenemos en la actualidad.
A nivel particular utilizamos la tecnología, convivimos con ella y la empleamos para diversos fines asumiendo sus beneficios. ¿Porqué a nivel empresarial no?
Buscando la inversión
Que la tecnología está ahí lo sabemos todos. Pero conocerla y poder utilizarla es otra cosa:
- Conocer su valor real es convertirla en un motor que impulse nuestra diferenciación.
- Afrontar los cambios técnicos que implican su implantación, el paso necesario para rendir más.
Se trata de dotar a nuestros negocios de mayor capacidad, de modificar su orientación y de favorecer la flexibilidad laboral, la movilidad o la deslocalización si se precisa. Subirse al carro tecnológico no consiste en apuntarse a la moda de lo último en soluciones. Busquemos la inversión.
El gran salto provocado por Internet ya ha constatado que los modelos de gestión actuales no se adaptan a los nuevos requerimientos del mercado. Pero, además y paralelamente, ha favorecido la aparición de tecnologías libres que nos permiten disponer de aplicaciones informáticas con costes de implantación y desarrollo mucho más reducidos y que derriban el gran muro del gasto para multitud de empresas. Entonces, ¿invertiremos o gastaremos en software?
La diferencia fundamental entre gasto e inversión es el retorno esperado de cada uno de ellos. Mientras que en la inversión se espera conseguir rendimiento en el futuro, el gasto es la simple utilización de un bien o servicio a cambio de una contraprestación. Por tanto:
Invertiremos en software si:
- Adquirimos las herramientas que determinen un crecimiento sostenible a largo plazo.
- Empleamos aplicaciones que nos proporcionen posibilidades de modificación, distribución o soporte.
Gastaremos en software si:
- Hacemos un ensayo-error, implantando lo primero o lo segundo que nos ofrezcan sin delimitar nuestras necesidades reales, sin una planificación estratégica.
- Optamos por aplicaciones que nos restrinjan su uso, que no nos permitan escalar o adecuar su utilización a nuestro desarrollo como negocio.
Cloud, ERP, CRM ….. y mil conceptos informáticos más nos pueden sonar o no. Pero lo cierto es que están ya a nuestra disposición y que de nuestra actitud y de una orientación especializada dependerá el utilizarlos.